Generalmente el mercado se rige por la ley de la oferta y la demanda, en la cual a mayor demanda el precio puede ser más alto y a menor consumo el precio de los bienes o servicios, debería ser más bajo.
Muchas veces, los mercados se adormecen y quedan anestesiados principalmente debido a un exceso de estímulos. La repetición sistemática de ofertas y descuentos, la inflación, la diversidad de precios en productos o servicios similares, la recesión, la devaluación de la moneda, etc. hacen que las personas, que la sociedad, que cada consumidor adopte una postura de protección, de cautela.
Cuando ésto sucede, la ley de la oferta y la demanda queda sin efecto. Las variaciones pequeñas de precios no generan diferencias en la demanda. Sin embargo se puede patear el tablero y romper con la sutileza de modo tal de modificar violentamente una variable con el objetivo de despertar al mercado. Despertar al mercado es literalmente volver a generar en las personas el deseo de comprar. ¿Comprar qué? ¡LO QUE SEA!
Y ésto es lo que sucede cuando un supermercado decide patear el tablero y poner, por ejemplo, un oso de peluche a un precio mucho más bajo que el precio convencional:
Las personas literalmente se vuelven locas. Se desaforan. Se descontrolan. El deseo por aprovechar la oferta y ganar; por saber que quebrantan esta ley implícita de la oferta y la demanda, por el simple hecho de relamerse en esta acción casi pervertida de comprar por menos de lo que vale, genera, en otros, un efecto contagio.
Ahora sí, con la turba iracunda sedienta por comprar, todo lo que medianamente resulte con «precio justo» ameritará ser adquirido. Es la estrategia de «patiar el tablero», de desordenar para ordenar. Un típico ejemplo de Teoría del Caos.
Las personas mientras más locas mas dóciles parecemos, ante una ley que parece funcionar a partir de la intención. Despertar el mercado es entonces fundamental porque con un mercado dormido, nada de lo que hagamos (dentro de los parámetros normales) puede funcionar. Hay que pensar fuera de la caja, animarse. Despertar al monstruo y luego, por supuesto, hacerse cargo.